Resulta que antiguamente estaba de moda pegarle un tiro a reyes y príncipes, o tirarle una bomba, o darle un navajazo cual vulgar ladrón del Barrio Chino de Barcelona. Era algo que se veía con cierta normalidad y a nadie preocupaba, pues si algo hacían las testas coronadas en aquellos tiempos, era follar como conejos y si uno se caía de la línea sucesoria siempre había otro para sustituirle. Y si no se podía confiar en la mano temblorosa de un anarquista adolescente, ya se encargaban ellos mismos de hacer el trabajo sucio, que París bien vale un envenenamiento con Alcanfor.
Por ello, cuando en Sarajevo fue tiroteado el archiduque Franz Ferdinand, que tiene nombre en español pero a mí me mola más este por el grupo de música, por un comedor de hot dogs, en las cancillerías europeas nadie se revolvió incómodo en su silla de estuco. Pero claro, con lo que no contaban los diplomáticos es con el aburrimiento.
Pues al final resulta que estaban los países europeos asqueados de dominar el planeta y dijeron: pues vamos a darnos de hostias para matar el rato. ¿Qué puede salir mal? Y la gente corriente, que estaba hasta los huevos de arar la tierra y de la siega, la vendimia y esas actividades de campo, pues se alegraron de que hubiera un cambio en su rutina diaria. A lo mejor incluso podían ganar gloria y honor y follarse al fin a la hija del panadero. Y así, con la excusa de que habían matado a un tío en un recóndito rincón de Europa que nadie sabía colocar en el mapa, se lanzaron las masas obreras a la guerra con regocijo. Aunque hay que decir que en esta ocasión también la intelectualidad se remangó los pantalones y se metió en las trincheras. Si hasta el hombre que escribió El señor de los anillos andaba por allí pegando sus tiros.
Los cañones de agosto trata de lo que ocurrió ese primer mes de lucha feroz entre las potencias continentales. Obvio, pues de lo contrario se llamaría Los cañones de septiembre o Los cañones del cuarto trimestre.
El conflicto podría haber durado dos meses pero ocurrió lo mismo que
cuando sales de marcha con dinero, que se te va de las manos y terminas
destruyendo la civilización occidental hasta tal punto que, cien años después, seguimos sufriendo sus consecuencias. Que no se diga que los europeos no hacemos todo a lo grande.
Está escrito por una mujer y no aparece la palabra "heteropatriarcado" por ningún lado, por lo que se demuestra que es posible la existencia de este tipo de textos. Y mira que en esta ocasión sí que se le puede echar la culpa de todo lo que ocurrió, pues los gobiernos implicados, mientras decían que no querían la guerra, a espaldas del otro movilizaban a todo lo que pudiera disparar o transportar armas, sin tener en cuenta que un No es siempre un No. Pero claro, les dio igual porque, total, los que se iban a morir iban a ser otros. Así declaro yo también la guerra mundial.
Al final de la contienda, pues qué os voy a contar. Europa comenzó su descenso hasta el actual estercolero corrupto, sin valores y con el mismo peso en el mundo que los chinos. ¡Los chinos! que hace treinta años tenían que comer colibríes porque no había pollos para todos. Y todo por el asesinato de Franz. Para que luego digan que un solo hombre no puede cambiar el curso de la historia.
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