En un estilo directo, descriptivo, sin florituras, Sebastian Junger narra la rutina de un pelotón de soldados en el valle de Korengal, el lugar con más acción de todo Afganistán por ser un enclave estratégico para entrar o salir de Pakistán, durante las tres ocasiones en que tuvo oportunidad de compartir lecho con ellos, acompañado del fotógrafo Tim Hetherington, que aprovecharía todo el material grabado para editar el documental "Restrepo". Si bien este se limitaba a mostrarnos las tareas de estos soldados, varias acciones que llevaron a cabo y cómo es la vida allí, el libro va más allá e intenta mostrarnos lo que significa la guerra para los hombres. No solo la de Afganistán, sino cualquier guerra.
Habla de la ausencia de miedo durante un tiroteo, de la obsesión posterior a haber sido rozado por una bala que podría haberte matado, del sentimiento de unión entre camaradas, de por qué luchan, aparte de dar pinceladas personales de algunos de ellos. Al contrario que en el documental, aquí los soldados exponen, aunque muy brevemente, que la guerra debería ser contra Pakistán, que alberga y, en cierto modo, protege, a los talibanes y les ofrece un lugar seguro tras el que descansar. Es un punto de vista político que no se puede ver en la producción para la televisión, quizá para no motivar al pueblo americano a exigir acciones contra un supuesto aliado del gobierno.
También trata de forma algo más detallada, aunque sin explayarse, las secuelas psicológicas que deja el servicio en una zona de guerra. Vuelven trastornados, como cualquier que haya visto Nacido el 4 de julio o Forrest Gump sabrá ya. Sin desmerecer la tensión continua que tienen que soportar, el hecho de que puedan morir mientras están durmiendo o haciendo ejercicio, no puedo dejar de pensar en los soldados que vivían en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, sometidas a bombardeo de artillería diario y con la certeza de que muy probablemente en cuanto pusieran un pie fuera de ellas morirían bajo el fuego de ametralladora.
Ese temor a una muerte inesperada que no se pueda esquivar, aunque todas las muertes en combate lo son desde que se inventaron las armas de pólvora, también lo sufren los soldados en Afganistán al patrullar por carreteras donde puede haber explosivos que estallen a su paso, pero la protección es mayor e imagino que la sensación de seguridad, también.
En la WWI, se llevaba a cabo una rotación constante de las unidades de forma que no pasaran
mas de 2 semanas seguidas en las trincheras pasando a la segunda linea y
a retaguardia periodos similares de tiempo, de esa forma evitaba que enloquecieran por la presión constante. No evitó, lógicamente, que los
trastornos psicologicos se contaran por millones. La guerra fue muy
cruel. Ello me lleva a pensar por qué se fuerza a períodos tan largos de servicio, 18 meses para los soldados de Restrepo, que veían en el grupo un salvavidas psicológico, creando un vínculo entre ellos que durará mientras vivan.
Los americanos dejaron el valle del Korengal en 2010, y sus 50 soldados muertos allí, lo hicieron, como en practicamente cualquier guerra, por nada.
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