Existen tres tipos de películas: las que buscan contar una historia, las que quieren sacarte el dinero y las que intentan hacerte sentir una emoción. Como la vida misma se encuadra en este último grupo, intentando por todos los medios hacerte llorar como una magdalena, sin dejar un poso de esperanza para que no te amargue el día. Es tan descarada su propuesta que no lo consigue, rozando el ridículo.
Sin echar mano de la IMDB, está protagonizada por Dameron Poe tras ser despedido de la rebelión al finalizar el Episodio IX de Star Wars, Olivia Wilde en su versión adicta al crack o princesa de las tinieblas, Antonio Banderas y el malo de la última de Rambo, el que mató a su hermano en Al salir de clase. También hay una pareja de jóvenes, uno de ellos un catalán haciendo de andaluz. Samuel L. Jackson sale como narrador al principio, reforzando el rumor de que tiene una casa en Málaga, puesto que el filme es una coproducción hispano-americana, y por la parte hispana, sin investigar de nuevo nada, me juego mi banjo de Bayou a que está Banderas.
La película desarrolla la típica historia sobre las grandes casualidades de la vida, como que te cases con el causante de que tu madre muriera antes de darte a luz y tu padre se suicidara tiempo después, que para rematar, es de Sevilla; y todo para que al final su hija se gane unas perras mostrando las verguenzas familiares en un libro.
Para no perder más el tiempo, decir que estamos ante un bodrio infumable con un alto número de desgracias por minuto pero tan forzadas que no te las crees, ni te importan, porque ningún personaje cae bien, solo Antonio Banderas, que es el Rey, y el catalán andaluz, que se parece a alguien que conozco. Ni se te ocurra ponérsela a tu pareja intentando dártelas de romántico e intenso porque se follará al del quinto para quitarse la capa de pastel que le quedará después.
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