Me cuesta enfocar cómo comenzar la reseña de esta película. Quizá no debería hacerlo sin haber visto antes "La decadencia del imperio americano", de la que esta es secuela. En cualquier caso, como este blog no pretende sentar cátedra de nada ni salir referenciado en Jot Down o Canino Magazine, me arriesgaré a hacerlo.
La película, más allá de pretensiones filosóficas, trata sobre la cercana muerte de un profesor universitario que apenas sobrepasa los 60 años. Durante el metraje, no solo se percibe su cercana defunción sino también la del sistema social-educativo-económico, de la civilización, para entendernos, en la que se desarrolló su vida. De ahí, imagino, el nombre de la película y las, escasas, referencias al concepto durante el metraje, llegando incluso a incluir escenas innecesarias, para apuntalar el mensaje. Como por ejemplo, una sin pies ni cabeza pero que te deja pensando es la del
almacén de la iglesia donde el cura expone el
momento en que la fe abandonó Quebec, que es donde está ambientada la
cinta. Que está muy bien
que incluyan ese dato, pero es como si en medio de un capítulo de He
Man, con Skeletor asediando el Castillo de Greyskull, de pronto Orco se
pone en la cola del INEM para que le sellen la cartilla del paro.
Luego está la escena en la que el hijo del profesor acude a la policía para que le informen de qué lugares son recomendables a la hora de conseguir heroína para el tratamiento de su padre. Al final termina pidiendo ayuda a los amigos de este, cosa que podría haber hecho primero, en lugar de ponerse una diana como drogadicto chiflado. No es más que una excusa para que el policía con el que habla se vea con la confianza de confesarle que no podrán ganar la guerra contra las drogas. No se pueden detener... ¡las invasiones bárbaras!
Este es otro de los temas que muestra la película: la arrogancia del que tiene dinero para comprar voluntades. El hijo actúa como si estuviera por encima del bien y del mal solo porque puede pagar a JC para que le haga una estantería para los DVD o al menos por encima de la ley, a la que puentea en su intento por abrir una planta abandonada para que su padre esté cómodo. Se podría describir la analogía entre el hijo ignorante pero con dinero y poder, tal como los Estados Unidos, y el padre culto, cuyos momentos de gloria han pasado y que depende de los USA para disfrutar de sus últimos momentos de vida en paz, o lo que es lo mismo: Europa.
Algo que siempre me ha llamado la atención de las películas francesas, generalizando mucho, es que están protagonizadas por miembros de la clase media. Supongo que cada país tiene sus tópicos manidos: en España, guerracivilistas e inadaptados, y en Francia, burgueses con #firstworldproblems, como la crisis de la mediana edad o la búsqueda del sentido de la vida.
Las invasiones bárbaras no es una excepción. Su plantel protagonista forma parte, en su mayoría, de miembros de una comunidad académica endófoba e inútil, que no ha sabido encontrar su función en un mundo cambiante, cambiando junto a este, sin un fin definido. De nuevo, como es tradición, estos burgueses son socialistas, y como tal, están podridos de dinero, viajan por media Europa y saben cuándo un vino ha curado en barrica y cuando en un tetrabrik. Además son todos muy liberales, comentando las amantes cómo se la chupaban al marido con la exmujer delante. Que vale que una vez divorciados, coma alpiste el borrico, pero no es agradable de escuchar nunca. Al menos en España no está bien visto.
Quizá es que la clase media francesa es muy extensa, no como en España, que si te permites comer los fines de semana fuera, ya te crees solo un peldaño por debajo del Rey en la escalera social. Así pues, no puedo concluir que el cine francés muestre una realidad de cartón piedra, como el español. Me faltan datos y cinco años viviendo en la costa azul. Lo que sí que comparten ambos países es la represión sexual de épocas pasadas. Los protagonistas recuerdan, décadas después, a una señora que enseñaba los muslos en una vieja película de su niñez y cómo le excitaba aquel gesto. Hasta qué punto habremos avanzado que yo no recuerdo a quién le he visto las tetas esta mañana. Y he visto tetas, conste.
El final de la historia, con la muerte del profesor, muestra la importancia de la música en las películas. La escena en que se suicida de forma asistida podría ser infinitamente más lacrimógena y emocionante, con una banda sonora acorde y no ese tema mas propio de una película de terror, aunque quizá este hecho así aposta, queriendo mostrar el gran terror que es el fin de la existencia, el leit motiv de toda esta pretenciosidad gabacha.
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