Siempre se dice que la clave del éxito es estar en el momento justo en el lugar adecuado. Pues bien, esta película no pudo elegir peor el momento para estrenarse, justo tras el final de la Guerra Fría, cuando ya nadie pensaba en la posibilidad de un holocausto termonuclear, que es de lo que va la historia. Los norcoreanos todavía tendrían que esperar a la administración Clinton para conseguir la bomba y revivir este viejo miedo de los 60.
El argumento es poco creíble: un misil es disparado desde Turquía contra Donetsk, lo que son las cosas, para provocar una respuesta automática del sistema de defensa soviético. A ver cómo metes un bicho de esos en Turquía sin que nadie se de cuenta. Vamos, imposible. Este suceso desencadena una serie de réplicas y contrarreplicas, pero de poquito a poco, que pone al mundo al borde de la destrucción, especialmente cuando el helicóptero en el que están evacuando al Presidente de los Estados Unidos es derribado por una explosión y su puesto recae en el siguiente en la línea sucesoria: el Trump de aquella época, un fanático religioso que sigue el consejo de un coronel que no se depila las cejas. ¿Tú te fiarías de alguien así?
Para ser justos con Trump, este no está tan loco como su homólogo en el film, que está dispuesto a arrasar la Tierra solo para ganar a los comunistas. Nadie hace negocio de la ceniza radiactiva.
El genuino Presidente es encontrado en el lugar del accidente y enviado a un búnker de la FEMA, la organización gubernamental encargada de la gestión de desastres, desde donde intenta que el loco que está al mando no de la orden a los submarinos de lanzar sus 6.000 ojivas, pero como no puede convencerle, ordena al avión de mando y control que acompaña siempre al Air Force One, que se estrelle contra este, cosa que al final ocurre.
No es una mala película, aunque personalmente, creo que le sobra la trama del bombardero que rehusa seguir las ordenes de atacar la Unión Soviética. Pese al plantel de estrellas, desde James Earl Jones hasta Martin Landau, pasando por Rebecca de Mornay o el tipo aquel que salía en Ally McBeal y al que llamaban bizcochito, no tuvo demasiado éxito por el mencionado momento en el que se estrenó. Es como si hoy en día se hiciera una película sobre la peste negra o la burbuja inmobiliaria.
¿Se puede ver? Pues hombre... no. Si la alternativa es cualquier cosa que pongan en la tele pues sí, pero resulta a ratos cutre y pobremente iluminada, aunque puede que de esto tenga la culpa la versión ripeada que pude ver, porque en España no creo ni que se estrenara y solo se puede encontrar en inglés. Tampoco se puede aprender nada de la Guerra Nuclear, solo la existencia de Looking Glass, el avión de mando y control preparado para el Armaggedon y ya está, porque me da que el rollo ese de que los submarinos esperen para atacar al enemigo, como si fuera la guerra de Gila, como que no. En definitiva, solo recomendable para aquellos que tengan una vida muy triste y quieran mejorarla con el brillo de una detonación nuclear sobre las principales capitales del mundo civilizado.
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