Un colgado informático, valga la redundancia, desarrollador de un avanzado juego de realidad virtual, se dedica a crear clones virtuales de los compañeros de trabajo que le caen mal y los introduce en un servidor privado que ha creado basado en una serie que parodia a la serie clásica de Star Trek. Él, por supuesto, es el apuesto capitán, mientras que los demás son sus estúpidos subordinados. Todo cambia el día que introduce en su juego a la chica nueva en la oficina, que no se llama Faralla, aunque es algo divina. Su pecado es... ninguno, pues la chica es simpática con él, solo que los demás la avisan de que está un poco loco, conversación que es oída por el informático y en fin...
La chica despierta en una cápsula de la nave... no lo recuerdo. Ni el nombre de la serie, se me suele olvidar todo rápidamente. Allí los demás miembros cautivos de la tripulación, que ya se han resignado a ser comparsas en el juego del informático, la informan de la situación. Como la chavala es inteligente organiza un plan para liberarlos a todos, aunque sea con la muerte digital, lo cual consigue gracias a una actualización del juego.
La prueba de que el hombre está mal de la cabeza es que se dedica a recrear capítulos de dicha serie en lugar de estar en una orgía permanente, follándote a la de recepción y contabilidad a la vez, o ¿por qué quedarse ahí y no coger el adn, qué se yo, de Mar Flores? De hecho los avatares que crea no tienen ni genitales, y a los que le llevan la contraria los convierte en bichos deformes en lugar de soltarlos en una pecera con pulpos cachondos. Por decir algo. Es por ello que tampoco es que merezca el fin que tiene, aunque un poco sí, porque mata a un niño. Al avatar de un niño, al menos.
Y es que la serie plantea una cuestión interesante: ¿hay otras cosas más divertidas que orgías con personas a las que conoces? y otra más, ¿qué somos? ¿Se nos puede reducir a un conjunto de bits? Los que despiertan en el juego no son conscientes de que estén en uno, son la representación de esa persona en el momento en que dejaron el adn en el objeto que fuera. ¿Quién nos dice que no nos encontremos a su vez en el juego de un pajillero adolescente cansado del Fortnite cósmico?
Por otra parte, me gustó el homenaje a I have no mouth and I must scream, en lo relacionado con el ser omnipotente del que no hay escapatoria y que se divierte jugando con la gente. No es algo que se haya visto demasiado. En fin, me quedan ver los restantes capítulos, aunque en este se nota que Netflix ha puesto dinero sobre la mesa. A ver en los siguientes.
Publicar un comentario