Puede que en pocas ocasiones haya sido testigo de una historia más vacía que esta cinta de Stephen Frears, que se vale de la dinámica integradora de los tiempos actuales para sacar a la luz una anécdota histórica sin ningún interés ni repercusión en ninguno de los ámbitos de la vida o la monarquía inglesa. Es como contemplar durante casi dos horas el aleteo de una mariposa sobre el acueducto de Segovia.
Abdul es elegido por la autoridad británica de la India por ser el más alto del lugar, para el dudoso honor de entregar una moneda conmemorativa de no sé qué historias. Irá a Inglaterra para dársela en persona a la Reina Victoria, madre de la monarquía moderna europea que se hizo trizas en las trincheras de Flandes. Es un decir, los de las testas coronadas tuvieron un retiro de oro en el que lo máximo que tuvieron que sufrir fue el contemplar algún criado negro del aristócrata extravagante de turno. Los que se dejaron las tripas por ellos fueron sus orgullosos súbditos.
Al hindú, que resulta ser musulmán porque para los británicos todo es lo mismo, le acompaña un compatriota bajito. Pues muy bien. Dúo cómico. Y parece que al menos disfrutaremos de una comedia inglesa de humor sofisticado, dobles sentidos e ingeniosos diálogos, pero no. Es un espejismo. Abdul y Pastúm, musulmanes del hindukush hacen entrega de la moneda y al retirarse, el alto mira a los ojos a la Emperatriz. A esta, deduzco, le pica la pepitilla y le nombra ayudante personal, o algo así. Durante el resto de la cinta hablan y se tocan castamente (aunque me juego la mano de las pajas a que se lo tiraba) mientras los sirvientes de la casa real intentan con desgana echar al infiel de allí. Al final muere Victoria y al indio le dan la patada, no sin antes haber llevado a Inglaterra a su mujer y suegra cubiertas con sendos burkas reglamentarios.
En ningún momento me queda claro el por qué del interés ciego, enchochamiento claro, de Victoria por Abdul, ni la fascinación absoluta de este por la monarca. Básicamente porque nadie lo sabe. Simplemente parecen enamorarse a primera vista y ya. Para colmo, la historia real difiere bastante en su cotidianidad con la de la gran pantalla, en un intento por edulcorar la imagen tanto de uno como de la otra. Todo el pastel se descubrió hace no muchos años gracias a una investigadora que no tenía nada mejor que hacer que dedicar un lustro a desentrañar los misterios del amante exótico de Victoria y que ante la falta de material, ha debido dejar huecos importantes en su investigación, como el por qué de esa extraña relación, que obtiene fácil y especulativa respuesta en los bajos instintos de la reina y la ambición del hindú.
Intentando buscar un lado más profundo al asunto, se trasluce cierta crítica a la monarquía. Se presenta a Victoria como un peso muerto al que hay que adecentar cada mañana, a la que hay que aguantar sus excentricidades y que para colmo ni siquiera se ciñe a lo que su puesto y la tradición que conlleva, exige. ¿Para qué es necesaria entonces la monarquía? De ahí los intentos de su hijo por echar al munshi de allí, antes de que los súbditos comprendan que no quieren tener un soberano que pase por encima de ellos para reirle las gracias al primero que pase y no pueda tocar trono.
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