En otro rincón del mundo, el lagarto preferido de los niños japoneses ataca una factoría secreta. ¿Por qué? Lo averiguaremos más adelante. Esto hace pensar que Godzilla se ha vuelto malo y la humanidad necesita un arma para combatirlo, toda vez que las armas nucleares le sirven de aperitivo y fue capaz de machacar a un bicho volador de Venus con sus manos desnudas.
El dueño de la empresa malvada va a ver a un científico cuyo hermano murió intentando entrar en la Tierra Hueca, un after de Chueca con cantidades casi infinitas de energía cinética. El huérfano de hermano acepta liderar la expedición pero necesitarán un guía para entrar en la Tierra Hueca. Según su teoría, los bichos del demonio salieron de ahí en época pretérita, así que sus descendientes seguro que tienen el recuerdo de ese lugar en los genes, lo cual explicaría por qué soy capaz de ir al Puticlub Momentos con los ojos cerrados.
Bichos, que se sepa, solo quedan dos: Godzilla y Kong, pero como el primero no se iba a dejar, ponen al mono sobre un portaaviones y se lo llevan a la Antártida. Claro, tiene tanto pelo que seguro que era de cuando vivía en la nieve. De acompañantes van la madre coraje y su hija, que son las personas que mejor le conocen. En la plataforma helada del hemisferio sur encuentran unas instalaciones gigantescas que salvaguardan un túnel pantagruélico por el que se introduce Kong en busca del fuego, porque debía hacer un frío de la leche. Los humanos, en unas naves "tó" chulas, le persiguen.
No pocos minutos después llegan al interior de la Tierra, un mundo paralelo donde el Covid no ha llegado. Tras dar unos cuantos saltos, Kong encuentra el palacio de sus antepasados y un hacha que concentra la energía de la Tierra. Al cogerlo, empieza a brillar, algo que nota Godzilla, que volvía a atacar otra sucursal de la empresa malvada cual regulador ambiental y decide vomitar bilis con tal asco que llega al centro del planeta. Por el agujero escapan los protagonistas, primate incluido, pero han saltado de Málaga a Malagón pues allí les espera Godzilla que de inmediato empieza a zurrarse la badana con Kong.
A todo esto, hay una trama con Eleven y dos personas racializadas, uno al menos, negro, el otro jamaicol. Eleven es demasiado famosa y tenía que actuar de gancho para atraer a los modernos de Netflix pero podrían haber borrado todo su metraje porque para lo único que sirve es para descubrir que la empresa malvada estaba construyendo a MekaGodzilla y necesitaba la energía del centro de la tierra para hacerlo funcionar sin tirar tanto de pilas, que los de Duracell no daban abasto. Sin esa escena, la sorpresa hubiera sido mayor, pues Godzilla derrotó al rey de la selva y ya se iba a un after a pasar el resto de la noche, cuando su gemelo malvado surgió del subsuelo para vengarse por no haber recibido el cariño de sus padres.
La pelea va mal para el lagarto radiactivo pero cuando MekaGodzilla le va a hacer un snowball, aparece Kong salvador y entre los dos lo convierten en futuros componentes para la PS5, que están los chips hoy día contados con los dedos de la mano. En agradecimiento, no se pelearán más.
Hay un momento en que Eleven y los racializados intentan acabar con MekaGodzilla apagando un satélite. ¿Pero qué mierda es esa? Al robot se lo tenían que cargar a palos, a pedradas o escupitajos si hace falta. Los humanos son irrelevantes. De hecho, hasta sobran. Por suerte en esta entrega nos dan lo que queríamos: monstruos a garrotazo limpio, como si fueran españoles. Los humanos pasaban por ahí aunque no sé para qué se molestan en mostrar imágenes de la peña corriendo de los cascotes que crean estos monstruos, que como los vea Florentino los pone en nómina.
En definitiva, buena película de tortas infográficas con dosis aceptable de humanidad y escasa historia. Para acompañar a las Tejitas.
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