Cual fue mi sorpresa al revisionar la cinta por segunda vez, cuando vi en pantalla a un joven, pero ya con entradas, Jason Statham, Pam Grier, musa de diversas blaxploitations, en un escueto papel y una rubia protagonista cuya cara me suena, aunque menos que su compañero de foco Ice Cube.
Pese a estar rodada en la última década del siglo, aun mantiene cierto olor a los 80, que se puede ver en los estilismos de matones de Hummungus con anfetas de los antagonistas y la estética de portero de discoteca para los del gobierno marciano, pero que aun así está adelantada a su tiempo pues este tiene la forma de un matriarcado, lo que se traduce en que las mujeres estén al mando, por eso llevan la voz cantante Pam y la Rubia y Statham y secundario anónimo quedan relegados al papel de meros comparsas.
Todos ellos forman parte de un grupo de las fuerzas del orden encargados de trasladar a un preso peligroso al que han capturado un par de Rangers de Marte de un pueblo perdido. Al llegar allí, descubren que gran parte de los habitantes han desaparecido. Tras alguna que otra desaparición de algún miembro del equipo, se topan con la cárcel, en la que sí que quedan supervivientes, incluidos el preso peligroso que no es otro que Ice Cube, porque ni siquiera en Marte pueden acabar con un hermano con metralletas. Son informados entonces de que los aldeanos han sido infectados por el Covid marciano, que no vuelve fascista a la gente sino fans caníbales de Slipknot, valga la redundancia. Tendrán que huir del lugar acabando con la amenaza pero en un giro final, cuando parecía que estaban salvados, suenan las alarmas de la capital marciana y se sobreentiende que Podemos ha ganado las elecciones.
Tenía el recuerdo de una película fallida o, para ser justos, que no había cumplido mis expectativas. Al fin y al cabo, Fantasmas de Marte evoca civilizaciones antiguas del planeta rojo, seres extraterrestres y terror, y aunque algo de eso había, apenas unas pinceladas, no llegaban a desarrollarse en detrimento de una acción genérica, mil veces vista. Desde luego, no esperaba a un puñado de extras vestidos con los saldos del vestuario de Mad Max.
Pese a ello, decidí volver a verla porque... Carpenter y la tenía, además, en mi disco duro ocupando sitio y quería verla por última vez antes de borrarla.
De este segundo visionado, salí bastante satisfecho. La acción se desarrolla sin apenas pausa para aburrirte, los detalles sobre el trasfondo de la historia son parcos y el vestuario me siguió pareciendo lo más cutre de todo, junto a una banda sonora del director que no tiene fuerza suficiente para grabarse en tu memoria; defectos menores para pasar una buena tarde sin tener que mirar abochornado la pantalla.
Puntuación: tres parches de Snake Plisskeen sobre cinco.
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